Las consecuencias de la transformación energética
En 2011 se produjo en Japón la catástrofe de Fukushima.
El Gobierno alemán decidió entonces abandonar la energía atómica. Había
nacido lo que luego se bautizaría como “transformación energética”.
Desde entonces, Alemania es observada con gran atención: ¿logrará una de
las mayores economías del mundo producir próximamente la mayor parte de
su energía sin el carbón ni el átomo, es decir, solo a partir de energía eólica, solar e hidráulica?
Sin duda, ni EON ni las demás empresas energéticas que abastecen el
mercado alemán, tales como RWE, EnBW y Vattenfall, cerraron los ojos
ante ese proceso. EON, por ejemplo, invirtió en los últimos ocho años
unos 10.000 millones de euros en energías renovables. Pero no se dieron
cuenta de otra cosa: que al final del proceso, nadie iba a necesitar
gigantescas empresas energéticas, porque el futuro pertenece a las
estructuras descentralizadas. Ahora lo están empezando a registrar. No
solo EON, sino también RWE y Vattenfall han comenzado a dar pasos atrás precipitadamente.