España tiene una oportunidad poco habitual en Europa: electricidad renovable, abundante y potencialmente barata. Pero una ventaja potencial no es una ventaja real. La diferencia la marcan la red, el almacenamiento y la firmeza, y ahí es donde entran en juego los centros de datos.
Los centros de datos no son solo infraestructuras digitales: son infraestructura económica crítica. Son la base de la IA, del cloud y de la productividad futura. Donde se instalan, anclan inversión avanzada, fijan clústeres tecnológicos y envían una señal clara de confianza país. Pero tienen una exigencia irrenunciable: electricidad firme, estable y predecible 24/7.
Aquí está el punto clave: las renovables por sí solas no bastan. España produce electricidad barata muchas horas, pero sin baterías, almacenamiento y refuerzo de red, esa ventaja se diluye en volatilidad. Para un centro de datos —una inversión a 20–30 años— el precio medio importa menos que la fiabilidad contractual. Sin firmeza, el proyecto se va a Irlanda, a los países nórdicos o a EE.UU.
Bien planteados, los centros de datos pueden ser un aliado de la transición energética. Su demanda estable permite financiar más renovables, justificar grandes baterías y acelerar inversiones en red. Son clientes ancla que convierten megavatios “en papel” en infraestructura real. Mal planificados, en cambio, tensionan la red y generan rechazo social.
La estrategia correcta para España no es atraer “muchos” centros de datos, sino atraer los adecuados, en zonas preparadas, con red reforzada, almacenamiento integrado y soluciones eficientes de refrigeración. Menos anuncios y más obras: subestaciones, líneas, baterías y PPAs estables.
El riesgo no es apostar por esta vía. El riesgo es no ejecutarla mientras otros sí lo hacen.
