Sucede a menudo, en ámbitos de toda índole, que una cierta línea argumental cala en el público generalista, pasando a ser considerada casi como una «verdad revelada». Es complejo, una vez alcanzado este punto, tratar de argumentar contra el mainstream tan deseoso de echarse en los brazos de una polarización beligerante que convierte todo en un «ellos contra nosotros».
Estas posturas, si bien pueden tener algún tipo de explicación sociológica, lo cierto es que son absolutamente contraproducentes para conseguir aunar esfuerzos con las miras puestas en solucionar problemas reales. Es desolador el tiempo perdido en estériles discusiones, inútiles afrentas partidistas y duelos ideológicos. Ellos contra nosotros. Muchas veces los árboles no nos dejan ver el bosque y malgastamos preciados recursos, despilfarramos dinero en lugar de invertirlo e implantamos políticas fundamentadas en una suerte de «buenismo» universal en el que nadie se cuestiona nada.
Esto sucede, por ejemplo, con el vehículo eléctrico (EV). Nadie hoy pone en duda que los EV son una pieza más en la lucha contra el calentamiento global. En nuestro firme propósito por reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, toda tecnología que apunte en esa dirección ha de ser bienvenida. Todo lo que sume debe ser utilizado. Obrar en sentido diferente, por tanto, únicamente puede ser entendido como fruto de una posición ideológica que debería relegarse a un plano menor.
Los EV tienen menos emisiones que los vehículos tradicionales de gasolina o diésel. Es un hecho indiscutible. Sin embargo, vamos a demostrar aquí que subvencionar vehículos eléctricos es una manera muy ineficiente de ayudar al clima, además de tratarse de una práctica profundamente injusta donde las rentas más bajas están financiando a las rentas más altas. Una suerte de redistribución de riqueza inversa (una de tantas) que despilfarra el dinero público que tanta falta nos hace.