Sabemos que los países que habían creado planes pandémicos a largo plazo han enfrentado el virus más efectivamente que los que no, por ejemplo, Estados Unidos o Brasil.
Esa es una de las razones por las que sabemos que la planificación a largo plazo importa ahora más que nunca.
El pensamiento catedral es la capacidad de concebir y planificar proyectos con un horizonte muy amplio, tal vez décadas o siglos por delante y, por supuesto, se basa en la idea de las catedrales medievales. En Europa, la gente comenzaba a construirlas y sabía que no las verían terminadas en el transcurso de sus vidas.
Se trata de hacer algo con una visión a muy largo plazo. Los seres humanos han sido muy buenos en ese tipo de pensamiento, mucho más de lo que nos imaginamos.
Esa forma de pensar permitió levantar la Gran Muralla China o viajar al espacio, construir Machu Picchu o Brasilia: no sólo era actuar para el aquí y el ahora.
Creo que es una habilidad que podemos desarrollar. Las empresas pueden hacerlo para crear planes de sostenibilidad de 100 años. De hecho, ya muchas lo están haciendo. Los gobiernos también pueden hacerlo.
Te doy un ejemplo muy específico: ¿recuerdas el accidente nuclear en Japón tras el terremoto y tsunami de 2011?
La planta de Fukushima se derrumbó y provocó un desastre, pero hubo otra planta llamada Onagawa que fue golpeada por el tsunami de una manera incluso más fuerte, pero sobrevivió porque el ingeniero que la diseñó la construyó unos 30 metros más alta de lo que realmente se necesitaba.
Él sabía que podría llegar un tsunami, aunque en ese momento quizás no había una posibilidad muy elevada. Ese es un pensamiento a largo plazo, es el tipo de pensamiento que necesitamos.
Algunas ciudades europeas, como Ámsterdam, están planeando no tener automóviles que funcionen con combustibles fósiles en sus calles después de 2030. Quieren una economía 100% circular a partir de 2050.