Tomando como ejemplo un Nissan LEAF con un consumo de 16 kWh/100 km, sus emisiones serían de 4,592 kilogramos de CO2 cada 100 kilómetros o de 45,92 gramos por kilómetro.
Podemos comparar esta cifra con un coche diésel que consuma 6 litros cada 100 kilómetros, en el cual las emisiones asociadas serían de 156 gramos de CO2 por kilómetro recorrido.
A ello habría que sumarle el hecho de que el uso de coches eléctricos reduce la contaminación atmosférica en el centro de las ciudades y los niveles de ruido también se reducen de forma importante.
Lo cierto es que estos datos solo sirven como estimación, ya que los coches eléctricos se recargan principalmente en horario nocturno cuando, por normal general, las emisiones de CO2 del sistema eléctrico son menores. La demanda desciende de forma importante por las noches, lo que se suma a una energía nuclear que se mantiene constante y a una eólica que suele tener una buena producción a esas horas.
A esto sumar otros factores como que al coche eléctrico le achacamos la generación de su electricidad en CO2, ya que de forma directa no emiten nada. Pero en el caso del diésel sólo la emisión de su tubo de escape. No tenemos en cuenta la extracción del petróleo, su transporte, refinado, de nuevo transporte hasta las estaciones de servicio. También añadir que de las centrales de carbón sale principalmente CO2, pero del tubo de escape de un diésel además salen gases extremadamente peligrosos que además son emitidos en las zonas habitadas.
Además, en el caso del coche eléctrico queda la opción de tener una instalación de autoconsumo en el hogar que combinen generación solar con baterías domésticas. Un claro ejemplo sería la iniciativa Nissan Energy Solar que ya está disponible en el Reino Unido.
También habría que tener en cuenta que este análisis solo tiene en cuenta las emisiones de CO2 de los vehículos en uso. Un estudio más exhaustivo debería tener en cuenta toda la vida útil de los vehículos, desde su fabricación hasta su achatarramiento. Algo que en 2016 realizó un grupo de investigadores, determinando que incluyendo la fabricación de la batería, un coche eléctrico sólo necesita un año para recuperar el extra de CO2 de su proceso de fabricación respecto a un modelo con motor de combustión. Y eso en un mercado el estadounidense donde las energías renovables no tienen el peso que tienen en Europa.
Una batería que además puede ser reutilizada o reciclada, para dar servicio en otros sectores como el almacenamiento residencial o estacionario, ayudando a sacar mayor partido a las energías renovables.