La tragedia de nuestro tiempo es que el derrumbe acumulativo de los sistemas ecológicos ha coincidido con la era del anti-servicio público. Justo cuando deberíamos estar mirando más allá del interés propio y del corto plazo, tenemos a los gobiernos del mundo representando los más mezquinos y asquerosos intereses. En Estados Unidos, Reino Unido, Brasil, Australia y muchos otros países, los que mandan son los plutócratas responsables de la contaminación.
La descomposición de los sistemas de la Tierra está ocurriendo a una velocidad asombrosa. Los incendios forestales arrasan Siberia y Alaska, llegando en muchos lugares a la turba del subsuelo, lo que libera nuevas emisiones de metano y dióxido de carbono y contribuye, por tanto, a más calentamiento global. Se estima que, solo en julio, los incendios forestales del Ártico liberaron la misma cantidad de carbono que Austria en todo un año. El círculo vicioso de la retroalimentación climática ya ha comenzado.
En vez de financiar soluciones que frenen la crisis ambiental, los gobiernos del mundo han dedicado 5 billones de dólares por año a las subvenciones de combustibles fósiles.
Estamos ante lo que parece la Paradoja de la Contaminación. Las industrias más contaminantes son las que menos apoyo público tienen y, por ello, más incentivos para gastar dinero en política y obtener los resultados que ellos quieren y nosotros no. Financian partidos, lobbies, centros de estudio, falsas organizaciones comunitarias y oscuros anuncios en las redes sociales. El resultado: la política termina siendo dominada por las industrias más contaminantes.
Nos dicen que temamos a esos "extremistas" que protestan contra el ecocidio, que le plantan la cara a las industrias contaminantes y a los sucios gobiernos que esas industrias tienen en nómina. Pero los extremistas a los que debemos tenerle miedo no son ellos, sino los que están en el gobierno.