El último informe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) –Key World Energy Statistics 2020– supone un auténtico jarro de agua fría a cómo avanza el mundo hacia las energías limpias. El estudio pone de relieve que, a finales de 2018, el petróleo seguía siendo el rey, representando el 31,6 % del suministro, seguido del carbón con casi el 27% y el gas natural casi el 23%. Esto es: juntos, estos tres combustibles fósiles siguen suministrando más del 81% del total mundial de la energía que demandamos. Cuatro década atrás, el porcentaje era el 86,5%. Apenas hemos avanzado.
Gracias a las renovables, ahora el mix es mucho más eléctrico: ha crecido del 9,4 por ciento de 1973 al 19,3 por ciento de 2018, lo cual es ciertamente un avance importante. De hecho, entre 2005 y 2018, la producción de electricidad a partir del viento se disparó de 104 teravatios-hora a 1.273 teravatios-hora, mientras que la generación con energía solar creció de sólo 4 TWh en 2005 a hasta 554 TWh en 2018. Unas cifras impresionantes pero del todo insuficientes atendiendo a la necesidad imperativa de frenar las emisiones de CO2 para hacer frente al calentamiento global.
Todo ello pone en evidencia otro aspecto clave: mientras que los combustibles fósiles sean baratos, en muchas regiones del mundo se seguirá optando por ellos. Y no solo en los países con economías más débiles, sino también en grandes mercados, como China. Más aún teniendo en cuenta que la demanda de energía sigue en aumento a medida que crece la población mundial.
En resumen, estos datos aportados por el organismo internacional muestran un mundo muy dependiente del petróleo y el gas, e incluso del carbón, para su continuo suministro de energía, e invitan a la reflexión y a un cambio rápido de rumbo. De no hacerse así, limitar el cambio climático a lo planteado por la ciencia parece del todo inalcanzable.