El resultado de la subasta eólica ha sido espectacular: toda la capacidad eólica ha sido
adjudicada a precio cero, esto es, no cobrará prima, complemento ni
subvención alguno. Los nuevos parques se limitarán a cobrar el precio
del mercado mayorista de electricidad, el mismo que reciben las
centrales de gas, carbón o nucleares. Eso sí, lo harán con un enorme
balance de impactos sociales y medioambientales a su favor. Ni CO2, ni
óxidos de nitrógeno, ni riesgo de accidente nuclear, ni basura
radiactiva durante decenas de miles de años.
Es más, resulta que ninguna de las centrales convencionales cobra solo
el precio del mercado: las sucesivas normas aprobadas durante los
últimos 20 años las han agraciado con sutiles conceptos, ininteligibles
para el común de los consumidores, tales como pagos por capacidad,
restricciones técnicas, regulación secundaria, gestión de desvíos… que
contribuyen a incrementar sustancialmente sus ingresos por encima del
precio del mercado mayorista. No será así para la nueva eólica, que
cobrará exclusivamente el precio mayorista. Sin aditivos.
¿A qué esperamos para exigir a nuestros políticos un plan acelerado de
transición energética? Si la nueva eólica ya es más barata que la vieja
nuclear incluso olvidando las enormes subvenciones que ésta requirió
para su construcción, ¿a qué esperamos para dejar de hipotecar a los
bisnietos de nuestros bisnietos con la basura nuclear que hoy generamos?
¿Por qué se ha excluido a la energía solar de la subasta si en países
donde ha competido con la eólica, como en Chile, ha ofertado precios aún menores que ésta?