Hoy fabricar una computadora personal puede abarcar piezas fabricadas en Asia, otras en Latinoamérica, se ensambla en Irlanda y se vende en Estados Unidos. Pensemos sólo en el transporte y la cantidad de combustible que consume ese procedimiento. ¿Cuánta agua de mar contaminó? ¿Cuánto aire dejó de ser puro? ¿Cuántos gases de efecto invernadero emitió? Y las computadoras no son un ejemplo aislado, existen miles de productos en la misma situación: electrodomésticos, confecciones, automóviles, zapatos, alimentos…
¿Sabía usted que antes de tomarse un vaso de jugo de naranja ya ha consumido dos vasos de petróleo? Y si bebemos una pequeña botella de agua natural fabricada en Francia, ¿podríamos pensar en los miles de kilómetros que ha recorrido antes de llegar a nuestras manos? Y ¿podemos imaginar cuál será el destino final del empaque una vez consumido el líquido?
Cuando el mundo era una aldea local, posiblemente las naranjas del jugo se habían cosechado en pueblos vecinos y el agua provenía de fuentes locales. Entonces, ¿por qué a pesar de tantos trayectos y movimientos, los productos resultan más baratos en un universo global?