Durante estos días se ha hablado mucho sobre la eventual detención del brazo Atlántico de la Corriente de Lazo Meridional (AMOC por sus siglas en inglés: Atlantic Meridional Overturning Current). No me entretendré aquí en explicarles que es la MOC y su brazo Atlántico: para saber más sobre ello, pueden leer este excelente hilo divulgativo en Twitter (o X, le dicen ahora) de la Agencia Estatal de Meteorología de España.
La razón por la que ha cobrado tanto interés ahora lo que pueda estar pasando con la AMOC es por la reciente publicación de un artículo que, usando un método novedoso para la identificación de puntos críticos, señala que esta corriente marina podría detenerse por completo en algún momento del siglo XXI.
Durante los próximos meses y años, los oceanógrafos nos dedicaremos a hacer mediciones masivamente, mejorar modelos, procesar datos, analizarlos exhaustivamente, cruzarlos con datos de los meteorólogos, paleoclimatólogos, biólogos marinos, etc, con la intención de entender mejor qué está pasando. Y tras ese intenso trabajo, que llevará mucho tiempo, se emitirá un veredicto. Y habrá dos posibilidades. La primera, que AMOC se está ralentizando o colapsando ya. La segunda, que eso todavía no ha sucedido y que lo que observamos es una anomalía transitoria.
En el primer caso, dará igual lo que digamos, porque seguramente los efectos del colapso de la AMOC se habrán hecho más que evidentes para el común de la población. En el caso concreto de Europa, tendremos inviernos más fríos, más sequía y tormentas cada vez más destructivas, en un proceso que con el paso de los años irá a peor, hasta que lleguemos a un punto de estabilidad que será la nueva normalidad, y que sin duda implicará el desplazamiento de millones de seres humanos hacia zonas más habitables.
En el segundo caso, toda esta discusión parecerá el típico culebrón de un verano, la gente no le prestará la más mínima atención y seguirá con sus diarios quehaceres. Todo seguirá igual. Seguiremos emitiendo CO2 a la atmósfera como si no hubiera mañana, lo cual precisamente garantiza que no habrá mañana.
Porque ésta es la conclusión. Con nuestra manera de actuar, estamos garantizando que este desastre en ciernes se acabe materializando.
Si no es ahora, será después.
Con nuestra actitud indolente, con la obstinación en no cambiar el rumbo como sociedad, estamos garantizando que sucederán los peores escenarios. El susto de este año debería de servir para hacernos reflexionar, para movernos a cambiar. Si no lo hacemos, ¿qué creemos que nos va a pasar?