2015 marcó un punto de inflexión en la relación de los estados europeos y la contaminación ambiental. El escándalo de las emisiones trucadas de Volkswagen, bautizado para la posteridad como Dieselgate, colocó a las partículas contaminantes y a su impacto en la salud pública en el ojo del huracán. Desde entonces, han sido numerosas las medidas implementadas por los gobiernos municipales y nacionales de todo el continente, a menudo entre grandes controversias y conflictos políticos. Pues bien, la batalla, por el momento, está mereciendo la pena. El último informe de calidad del aire de la EEA (la Agencia Medioambiental Europea) lo confirma.
17.000 menos. Pese a que los niveles de contaminación en las principales ciudades europeas siguen siendo altos, las medidas destinadas a reducirla están funcionando. Entre 2015 y 2016 el volumen de muertes prematuras atribuibles a la mala calidad del aire se redujo en torno a las 17.000. Punta de una tendencia largamente asentada en el largo plazo. Desde principios de los noventa, la agencia calcula que Europa ha reducido el impacto de la contaminación en 500.000 muertes prematuras menos. Reducir el tráfico, imponer controles más estrictos a la industria y apostar por alternativas sostenibles salva vidas.
Pese a todo. Pero los niveles siguen siendo elevados. La EEA calcula que alrededor de 412.000 personas fallecen prematuramente a causa del perjuicio a su salud causado por los agentes contaminantes, de las cuales 374.000 residirían dentro de la Unión Europea. Los problemas van más allá: al igual que el tabaco o el alcoholismo, la contaminación genera una externalidad negativa en forma de gasto sanitario. La inversión en sanidad, la reducción de la productividad de las cosechas fruto del deterioro del suelo o la reducción de la productividad laboral son otros elementos influenciados por la mala calidad del aire.