Entre los efectos evidentes del calentamiento global antropogénico que hemos generado en los últimos 300 años, está el deshielo del Ártico y la apertura del paso del noroeste, el mítico camino a las Índias que muchos grandes exploradores, como Franklin, murieron sin encontrarlo. Cada día pasan más barcos entre el mar de Chucky, al norte del estrecho de Bering, y el mar del Labrador. Pasan cruceros en verano y grandes mercantes en invierno, sin necesidad de rompehielos. Y el paso del noreste, por el norte de Escandinavia, Rusia y Siberia, que ya estuvo abierto en el siglo XVII y fue explotado por los pomory, los rusos del mar Blanco, también es ya una ruta habitual de comercio entre Asia y Europa.
La banquisa ártica se deshace; y se deshace con el aplauso del comercio internacional, que celebra las nuevas oportunidades de intercambio de materias primas y productos manufacturados. Los teléfonos de última generación producidos en Asia llegan con mayor facilidad al Europa o a la costa Este de Estados Unidos y nos hacen mucho más felices.
El deshielo ártico se está produciendo por actividades humanas que se ejecutan en todos los rincones del planeta, pero las nuevas actividades que se están realizando en el Ártico, el comercio, el turismo y desde este año, la pesca, suponen una realimentación que hace el deshielo aumente cada vez más.
¿Y qué puede pasar si el Ártico se funde? Pues que va a alterar la temperatura y salinidad de las corrientes que proceden del Ártico. Entre estas está la corriente del Labrador y las consecuencias en el clima europeo o de la costa oeste de Estados Unidos pueden ser muy graves.
Las nuevas rutas de comercio pueden matar a sus propios clientes, y de paso, dañar al resto del planeta un poco más.