El modelo de repostaje cambia y supone un proceso de adaptación difícil. El número de vehículos con plaza de aparcamiento con posibilidades de instalar un punto de recarga vinculada en horario supervalle es muy bajo.
El resto de vehículos recargarán en las futuras electrolineras, y lo harán de forma totalmente aleatoria para el sistema y demandando cada uno un mínimo 50 kW. ¿Esto en qué se traduce? Imaginemos que dos millones de vehículos coincidieran cargando al mismo tiempo en esas condiciones. Supondría un pico de demanda de 100 000 MW. El pico de demanda actual de potencia un día cualquiera en toda España es 32 500 MW.
Por otro lado, admitiendo un recorrido medio diario de 50 km por vehículo, el consumo de electricidad anual de 30 millones de vehículos eléctricos seria de 90 TWh. Actualmente, el consumo anual de energía en toda España es de 250 TWh.
Esto son solo dos ejemplos, pero nos debería hacer pensar. Si dejamos evolucionar este modelo, si fuera físicamente posible, se hará insostenible. Si además lo combinamos con otro punto clave de la ley (eliminar las centrales térmicas y nucleares), no habrá suficiente España para poner parques eólicos.
Es cierto que la generación distribuida y el hidrógeno están ahí. Pero también existe la alternativa de dejar de utilizar el vehículo de forma individual y pasar al uso compartido, lo que dividiría la energía media consumida entre 1,7 y 3, acercándola al uso de los autobuses urbanos. Otra opción es utilizar el transporte público y fomentar el uso de la bicicleta eléctrica, con un consumo medio de energía entre 15 y 20 veces inferior al de un coche empleado de forma individual en el entorno urbano.
La pregunta es ¿depende de nosotros seguir con esa huida hacia adelante que nos hace consumir cada vez más energía? ¿Tenemos que evolucionar siempre hacia la insostenibilidad del sistema? Nos encontramos en un momento de cambio en muchos sentidos, pero parece que no queremos cambiar nada. O que queremos cambiar, pero sin movernos de nuestro pedestal.