La temperatura de la Tierra está aumentando a un ritmo sin precedentes poniendo en jaque el equilibrio de la biosfera. Mientras esto está ocurriendo (aquí y ahora) la mayor parte de la población lo que sabe es que el cambio climático supone que haga un poco más de calor y que se derritan los polos (que, no lo olvidemos, están muy lejos). No sabemos cuáles son las causas de ese aumento en la temperatura, ni quiénes son los responsables de que esto esté sucediendo, ni qué otras problemáticas sociales y ambientales lleva asociadas, ni qué se puede hacer para frenar esta tendencia.
El sistema educativo permanece callado y ajeno a esta realidad (cuando no invisibilizando y mintiendo acerca de ella). Es cierto, no solo se aprende en la escuela, pero resulta llamativo que se pueda terminar la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) sin saber nada sobre algo que determinará nuestro futuro próximo.
Uno de los objetivos fundamentales de la escuela es ayudar al alumnado a comprender el mundo en el que vive y a desenvolverse satisfactoriamente en él. Por eso, ante un futuro incierto donde el calentamiento global afectará, entre otras cosas, a la disponibilidad de agua y de comida, es esencial imaginar y ensayar propuestas educativas (que incluyan a las familias y al resto de la comunidad escolar) conscientes de nuestra ecodependencia.
Cuando decimos futuro decimos que podemos aspirar no solo a que el alumnado tenga herramientas para comprender el mundo, sino a convertirnos (menores y adultos) en agentes de cambio que trabajemos para conseguir un mundo más justo, solidario, democrático y sostenible.