Circulan por las redes sociales unas imágenes de centenares de aspas de aerogeneradores enterradas en Wyoming, en EEUU. Son lo que llaman “cementerios de palas” –algunas de ellas del tamaño de un campo de fútbol–, capturados por un fotógrafo de la agencia Bloomberg. Según este medio, en EEUU la cantidad anual de aspas de estas máquinas que se han quedado en desuso supera las 8.000, y se amontonan bajo tierra porque sale más barato que reciclarlas. En Europa, estima Bloomberg, se prevé que de aquí a 2022 se desmontarán unas 3.800 al año, a medida que los parques eólicos envejezcan. Se dan casos (como el de Tvindkraf, en Dinamarca) donde las turbinas llevan más de 40 años en funcionamiento.
Entre 2014 y 2017, el proyecto europeo LIFE Brio dedicó 1,1 millones de euros –financiado a medias con la UE– a investigar soluciones para dar salida a estos residuos con el menor impacto ambiental posible. Se llevó a cabo entre la Fundación GAIKER, la Fundación Tecnalia Research & Innovation e Iberdrola. Los resultados concluyeron que el material fibrilar obtenido en el reciclaje mecánico de palas eólicas puede usarse como fibra de refuerzo en prefabricados de hormigón.
Pero la cuestión es que la potencia instalada no deja de crecer, y eso previsiblemente complica el panorama para la gestión de estos residuos emergentes en las próximas décadas. Hoy, el país tiene más de 25 GW eólicos, mientras que hace 20 años no llegaba a los 2,5 GW.