La energía nuclear sigue siendo la gran apuesta francesa para la transición energética. El argumento es imbatible: Francia tiene la tecnología, la capacidad industrial nacional para renovar y construir centrales, exporta tecnología nuclear y se asegura una fuente energética que no emite gases contaminantes (de los residuos hablamos otro día) y que no depende de la meteorología.
El presidente Emmanuel Macron reforzó la apuesta el año pasado al prometer que tras décadas sin avances Francia volverá a construir centrales. El mandatario dijo que Francia construiría en las próximas décadas al menos seis nuevos reactores y que extendería la vida de los actuales, diseñados para 40 años, por encima de los 50. En los discursos y los papeles cabe todo, pero sobre el terreno la realidad es otra. Mucho más compleja
Francia tiene 56 reactores nucleares. De ellos, más de la mitad, 29, estaban parados esta semana. Algunos por trabajos de mantenimiento programados pero otros, la mitad de esos, por problemas de corrosión que han ido surgiendo desde el año pasado y que afectan cada vez a más centrales. El problema se agrava porque los reactores que están siendo apagados por corrosión no son los más viejos, que podrían cerrarse definitivamente o renovarse en los próximos años para funcionar 10 ó 15 años más, son reactores que llevan 25 ó 30 años de funcionamiento y que sin reformas tenían que haber aguantado otros 10 ó 15 años.
Bernard Doroszczuk, jefe de la agencia francesa de seguridad nuclear (ASN), dijo el martes en la Asamblea Nacional que se tardará “años” (no quiso precisar cuántos) en reparar los reactores en los que se han detectado problemas de corrosión y que puede que haya que cerrar incluso más porque todavía faltan algunos por verificar. Doroszczuk advirtió que la reparación necesita “un plan de gran tamaño” al que tampoco quiso ponerle precio.
El futuro de la nuclear francesa sigue en duda además por el agujero negro en el que se ha convertido la construcción del nuevo reactor de Flamanville, el primero del modelo EPR de nueva generación que Francia intentó además vender al mundo, por ahora con poco éxito. Flamanville empezó a construirse en 2007 y entonces se previó que entrara en funcionamiento en cinco años tras una inversión de 3.800 millones de euros.
La realidad es que 15 años después todavía no funciona y que a finales de 2021, según el Tribunal de Cuentas francés, ya se había invertido en ella 19.000 millones. La eléctrica semi-pública francesa, EDF, asegura que estará en marcha antes de finales de año si todo va según lo previsto.
Francia vendió el modelo EPR al Reino Unido (Hinkley Point lleva también retraso y sobrecoste), a China (que después de inaugurar su reactor lo tuvo que parar) y a Finlandia (donde Olkiluoto costó tres veces más de lo previsto y 18 años).